Cada diciembre, los suizos corren a comprar la revista económica
Bilan, que recoge la lista de “los 300 más ricos de Suiza”. En ella se repite siempre un nombre que llama poco la atención: su alteza serenísima la princesa Anni-Frid Reuss Von Plauen. Probablemente, les suene más por la identidad artística que exhibió durante años: Frida, la morena de ABBA.
Mientras la rubia,
Agnetha Fältskog, promociona estos días su regreso discográfico, su antigua media naranja vocal vive casi recluida —algunos medios la llaman “la Greta Garbo escandinava”. Residente en la exclusiva estación de esquí de Zermatt, su fortuna supera los 200 millones de euros y sus dedicaciones conocidas se restringen a obras de caridad y, de vez en cuando, actuaciones en galas benéficas. Pero la historia de esta mujer es de todo menos banal.
Comienza en los fiordos noruegos durante la II Guerra Mundial. Anni-Frid Lyngstad nació en 1945 cerca de Narvik, Noruega. Su madre, una joven de ese país, quedó embarazada de un soldado alemán de las fuerzas de ocupación del III Reich. Ella siempre pensó que su progenitor fue un soldado caído en la guerra. Descubriría la terrible verdad tres décadas más tarde. Según publicó en 2002
The Guardian, la morena de ABBA
resultó ser uno de los 12.000 niños conocidos como “tyskerbarnas” (o “bastardos de los alemanes”) nacidos de la unión de soldados y nativas en busca del perfeccionamiento de la raza aria.
Algunos medios la llaman "la Greta Garbo escandinava"
Estas madres, o “tyskerhoren” (“zorras de los alemanes”), y sus retoños fueron repudiados tras la derrota del III Reich y sufrieron la humillación, el oprobio público y, en algunos casos, hasta la muerte. La madre de Anni-Frid huyó a Eskilstuna (Suecia), donde la pequeña quedaría huérfana a los dos años y al cuidado de su abuela.
Tras una adolescencia solitaria y difícil, descubrió su voz. Se casó pronto, a los 17 años, con Ragnar Fredriksson, el bajista de la banda de jazz en la que ella cantaba. Con él tendría dos hijos, Hans y Ann Lise-Lotte. Los dejaría al cuidado de él para marcharse a Estocolmo en pos de una carrera en solitario. Allí conoció, en 1971, al que sería su segundo marido y compositor de
ABBA, Benny Andersson.
Fue él quien la animó a encontrarse con su padre, Alfred Haase, por entonces ya un pastelero retirado, después de que esta supiera de su existencia gracias a un reportaje publicado en una revista. El encuentro la desequilibraría hasta caer en una depresión de la que saldría gracias a su amor por la naturaleza. Durante unas vacaciones, en 1976, descubriría dos nuevas pasiones: Zermatt y el esquí. Ella misma ha descrito la pequeña ciudad alpina como “el cielo en la tierra”. Se instalaría definitivamente en Suiza en 1986.
¿La imposible reunión?
En 1999, se ofreció al cuarteto mil millones de dólares por resucitar para una gira de 100 fechas. Pero lo rechazaron, en palabras de Björn Ulvaeus, “porque nadie querría ver cantando esas canciones a unos señores de 60 años”. Eso no ha impedido que sigan haciendo caja (en particular los chicos, compositores de las canciones), con los musicales, reediciones de discos o una película. El 7 de mayo se inaugura en Estocolmo
un museo consagrado a ABBAque recogerá desde su vestuario hasta una reconstrucción de la cocina de Benny y Frida.
La letra que entonaba en
Money, money, money (“sueño con un hombre rico...”) sería profética. Tras divorciarse de Andersson en 1981 (apenas tres años después de casarse), accedería al
gotha de la nobleza europea pisando por tercera vez el altar en 1992 con su alteza serenísima el príncipe Heinrich Ruzzo Reuss Von Plauen, un miembro de la familia real alemana con más de un milenio de abolengo a sus espaldas. Él fue al mismo internado que el actual rey de Suecia, y Anni-Frid terminaría por convertirse en amiga personal de la reina Silvia.
Pero su cuento de princesa se vería pronto truncado. En enero de 1999 moría, con 30 años, su hija, Ann Lise-Lotte, en un accidente de coche en Estados Unidos. En octubre de ese mismo año, desaparecía también, tras un cáncer fulminante, el príncipe Von Plauen, legándole su título, fortuna y propiedades. “Creo en un poder superior que me ayuda a sobrellevar los tiempos difíciles”, afirmaría posteriormente ella al diario Blick, en una de sus escasas entrevistas. En ella, esta residente suiza desde hace más de veinte años afirmaba que no tiene intención de mudarse. “Cuando te haces mayor valoras cada vez más la posibilidad de tener un hogar en el que te acepten. A menudo pienso que no hubiera sobrevivido a la muerte de Heinrich de no haber sido por Zermatt y sus montañas”, explicó.
Su retiro artístico no es total. Desde 2007, es “madrina” y miembro del comité directivo del
Zermatt Unplugged, presentado como “el mayor festival europeo de pop acústico”. La princesa Von Plauen se implicó en esta aventura de la mano de otro residente en Zermatt, Jon Lord, el teclista de Deep Purple, fallecido en 2012. Anni-Frid lo describió como “uno de mis más queridos amigos” en su elogio fúnebre.
En el diario Blick, confesaría: “Nunca he olvidado a ABBA. Siempre me acompaña y estoy muy orgullosa de haber sido parte de esa aventura. Nunca podré apartarme ni dejarlo atrás”. Agnetha hoy anda diciendo que le encantaría que volvieran a cantar juntas. “¿Quizás un concierto de ABBA con fines caritativos? Yo, desde luego, no lo descartaría”, decía la rubia la semana pasada al semanario alemán Zeitmagazin.
Mientras la sombra del añorado grupo persigue a Frida, ella sigue reconstruyendo su vida. En 2008, plantó cara a los rumores sobre su relación con el aristócrata británico Henry Smith personándose con él de la mano en el estreno londinense de la película
Mamma Mia! En agosto de 2012, a la muerte de su anciano padre,
Smith se convirtió en el quinto vizconde de Hambleden, heredando también la cadena de grandes almacenes W.H.Smith. La pareja vive hoy en Suiza y, a pesar de los cantos de sirena, parece difícil que alguien saque a Frida de su castillo en los Alpes.